sábado, 21 de mayo de 2011

Mi padre

El nombre del lugar donde nací es un secreto que por el momento no deseo revelar. Mis motivos tengo. Y los considero de peso como para andar soltándolo al menor motivo. Es como cuando mi  padre me preguntó si andaba acercándome de más a Natalia. Yo lo negué con el silencio porque es el lenguaje explícito de cualquier lógica o deducción, sin faltar a la verdad. Sin embargo, mi padre pensó  que mi silencio era señal de afirmación, así que me dijo: “Aún no acabas de hacerte, y ya  comienzas tu agonía. Tú sabrás, aunque los libros no simpatizan con el enamoramiento”.  
Mi padre sabía decir las cosas  de un modo que  uno no tenía nada que decirle de tanto que él decía con tan pocas palabras
¿De dónde eres?, me preguntan de continuo. De aquí, contesto tratando de no faltar a  esa verdad que ensayé un día con mi padre. Y piensan que soy grosero porque me quedo callado.

martes, 17 de mayo de 2011

Y fuer Natalia

Y fue Natalia quien un día me pidió prestada la bicicleta para dar una vuelta por el pueblo. Yo sabía que ella no sabía andar en bicicleta, pero no dije nada. Se la presté, y vi cuando ella se perdía detrás de una esquina, empujándola no sin poco esfuerzo. La esperé durante largo  tiempo, seguro de que volvería, aunque no sabía si regresaría toda ella, completita. Y sí volvió, un poco ya sin ser ella del todo, pero regresó alegre, sonriente, pedaleando la bicicleta mientras el viento le acariciaba y volaba sus cabellos.
Sentí, por primera vez, que la bicicleta nos pertenecía a ambos, y me desmayé entre las manos de Natalia antes que llegara hasta mí, y se convirtiera en líquido la tarde.



sábado, 14 de mayo de 2011

fragmentos

Corrió sangre de mis narices, no mucha, pero sí la suficiente como para que yo pensara que me vaciaría irremediablemente.
Fue un golpe directo y limpio sin que pudiera hacer la maldita cosa por impedirlo. Lo sentí más tarde. En  ese momento en que el puño hizo contacto directo con mi nariz sólo fue  el golpe sin pensamientos ni sentimientos. Fue el puño y mi nariz como únicos protagonistas. Luego fue la sangre la que me preocupó. Llegaría sin sangre a mi casa, era una tragedia. El otro también pareció preocuparse porque me acusó de que yo había sido el culpable, mientras sacudía mi mochila para quitarle el polvo del camino. Se alarmó cuando vio que yo utilizaba mi camisa para limpiar las huellas de mi rostro. Sacó papel higiénico y me lo extendió:
Ten, póntelo como tapón, me dijo.
Gracias  le contesté al culpable de andarle coqueteando a Natalia.




jueves, 5 de mayo de 2011

Nací en un lugar apartado, solitario, donde el mar se traga las aguas dulces del río como si se tratara de un animal hambriento de su semejanza, como si se ensañara de quien pudiera superarlo a pesar de la desigualdad de fuerzas. Primero lo deja llegar, lo atrae como a un animal hechizado y cuando el río ya no tiene escapatoria lo coge del cuello, le da dos o tres sacudidas como violentas convulsiones de modo que quede inmolado en su nueva estirpe. Es como un viejo dios que necesita de continuos sacrificios para poder seguir viviendo porque no es del río de mi infancia del único que se alimenta el mar sino de muchos otros. Es su único oficio que yo le conozco. Así es el mar. Implacable y egoísta, aunque muchas veces esté hecho un tonto recostado sobre sí mismo.
El primer beso fue obra deliberada. Natalia me ofreció su cuerpo de niña para que yo lo llevara en la parte trasera de mi bicicleta. Yo acepté porque me gustaba y porque me gustaba más que los otros chicos se dieran cuenta que ella me prefería.
En una cuesta prolongada,  tuvimos que bajarnos porque no podía con el  peso de los dos, así que subimos caminando la pendiente. Yo empujando la bicicleta y ella a un lado mío. De pronto Natalia me detuvo con una de sus manos sobre mi hombro izquierdo; acercó su boca a la mía, acercó el cautiverio de sus labios y yo no me resistí. Libremente sentí que la vida se me partía en múltiples oportunidades como a los hombres adultos.
Más tarde, Natalia quiso desaparecer, pero ya no fue posible: ella sigue prolongando la duración de ese primer beso dado, lo confieso, a mansalva.


fragmentos

Regresaba de la escuela montado en una bicicleta ni grande ni pequeña, una bicicleta a mi medida. Emilio hacía otro tanto con la suya. Debo advertir que lo recuerdo sin nostalgia ni remordimiento ni rencor. Él se me adelantaba un poco y yo hacía grandes esfuerzos por darle alcance, pero Emilio siempre iba adelante sin preocuparse de voltear a verme tan siquiera. Llegaba antes a su casa y yo continuaba ya sin Emilio de por medio, libre, sin preocuparme en qué hacer con esa libertad.
Así era todos los días.